El proceso
educativo desarrollado en la Educación Superior no puede restringirse a la
reproducción acrítica de información a través de la clase. Este debe centrarse
en el estudio de los problemas discursivos objeto de indagación y reflexión,
hacia la comprensión y explicación sistemáticas de los mismos y en la mirada de
una proyección transformadora tanto intelectual por parte del individuo que los
aborda, como de los saberes en ellos implicados.
En este marco de interpretación, la acción
educativa cobra vida y sentido pues se convierte en un verdadero proceso
dinamizador del desarrollo individual y cultural, por ende social. Pero esto
supone que el profesor, en su condición de orientador de tal proceso, tenga una
sólida fundamentación conceptual respecto al manejo del discurso objeto de
estudio y en relación con los procesos de interacción intelectiva y social,
concurrentes en el trabajo de la construcción pedagógica del conocimiento que
él ha de dirigir.
Dicha fundamentación guarda estrechos vínculos,
entre otros, con los aspectos referidos a una cosmovisión del hombre, de la
naturaleza, de la sociedad y de la cultura. A las relaciones existentes entre
la sociedad, el estado y la escuela. A los fines individuales y sociales de la
educación; a los discursos en su constitución sistemática; a los fundamentos
epistemológicos del conocimiento. A las características del desarrollo
psicobiosocial del ser humano y a la incidencia que ellas tienen en sus
actitudes, en sus valores, en sus comportamientos y en sus acciones. A las
distintas corrientes del pensamiento en cuanto elaboraciones explicativas del
hombre sobre los mundos natural y social; a los lenguajes como instrumentos del
pensamiento y de la acción. Y, finalmente, a la pedagogía y a la didáctica como
medios posibilitadores de la praxis del conocimiento en sus dimensiones
discursiva, intelectual y social.
Desde entonces, la concepciones que sobre la
pedagogía y la didáctica se han desarrollado a través de la historia, guardan
relación con tres eventos destacables: el primero, se refiere al aprender y
quien aprende; el segundo, hace alusión al saber objeto de aprehensión y el
tercero, tiene que ver con el enseñar y quien enseña; vistos, todos ellos, en
sus necesarias interrelaciones pero, en ocasiones, con especial énfasis en uno
o en otro de estos aspectos. De ahí las diferentes tendencias y corrientes
pedagógicas y didácticas identificables históricamente, las cuales, de otro
lado, en su desenvolvimiento, se han visto influenciadas por las circunstancias
contextuales de orden espacio-temporal íntimamente ligadas con las concepciones
que de hombre, de naturaleza, de sociedad, de estado, de escuela, de educación
y de cultura han predominado en cada una de dichas etapas de evolución.
La pedagogía hace referencia, por una parte, a la
reflexión epistémica sobre los eventos y procesos involucrados en la
construcción intelectiva de un conocimiento discursivo específico en la
relación sujeto-objeto y, por otra, al dominio conceptual de los eventos y
procesos inmersos en la interacción social determinada por la relación
docente-alumno. La didáctica atiende a los procesos operacionales que, en
cumplimiento de la acción educativa, es preciso llevar a cabo respecto a los
aspectos técnicos derivados del discurso, a las metódicas del trabajo grupal
frente al debate crítico del conocimiento y a los demás eventos
organizacionales requeridos.
Sin embargo, esta capacidad no se logra fácilmente;
ella se alcanza, únicamente, a través del esfuerzo didáctico y la voluntad de
estudio permanentes, por parte del educador, en busca de su transformación
constante para un mejor desempeño en su quehacer. He ahí el reto, el compromiso
y la responsabilidad que debe asumir y que lo han de impulsar y conducir
continuamente en la interrogación, la reflexión y la explicación de los problemas
que, en cuanto mediaciones, subyacen en las relaciones docente-saber-estudiante.